No note cuantos días habían pasado hasta que vi la fecha de mi última confesión.
Digamos que estaba haciendo cosas importantes...
La idea de pequeñez una vez más me atrapo, hacia tanto que no la sentía que no supe de primera instancia a que se debía el soporífero aroma que percibía, creo que es el aroma del cielo coagularse.
No debí sentarme en aquel sitio, quede completamente a merced de los espíritus traviesos de Isaías. Comienzo a pensar que nadie me nota en este mundo cambiante. Pasan delante de mí millones de fenómenos, algunos tan diminutos y arcaicos que dejaron de ser tomados en cuenta.
Todo pasa.
Yo sigo aquí, sentado, inerte… la forma en que interactúan las sombras es infame, una se posa sobre otra opacándola, aplastándola sin piedad, todo depende de la dirección del brillo y la distancia. Cuanta tristeza me causa.
De entre todos los transeúntes solo uno nota mi presencia, mira de reojo y sigue su camino, tal vez intente pasar desapercibido igual que yo. Lo tomo como algo importante puesto que ya llevaba alrededor de una hora ahí y nadie lo había hecho. La vida es tan placentera cuando no se siente.
Estoy convencido, aun no tengo la cordura suficiente como para poder matarme.
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