Sabiéndose un poco más certero después de haber comprendido
la desesperación en cirílico se ha ido a estrellar casi un calendario hoja a
hoja con todo y su consejo al reverso, no ha dejado sus vicios -la cordura no
lo ha abandonado- y justo en el sempiterno vaivén intenta desde su
oficio-quasiprofesión de me(ridional)ditador
desgajar el Todo y zamparse de un
bocado lo Poco. Se extravió un poco -parece
ser de su humana condición aquello de temerle al fuego tanto como a la
esclavitud- entre sueños ha balbucido hace aproximadamente dos noches: “los sentimientos te enredan” “la muerte no
importa cuando ya nada existe” y ha despertado, sin recordar por qué, inspirado,
empachado de esa violencia que surge sin avisar, aquel día no le ha tocado el
otoño, no sintió el frio, incluso no ha esclarecido si aquel día aconteció, no
puede bloquear el recurrente pensamiento de si ha estado practicando (hasta
ahora) solo una vieja costumbre, se siente cobarde y es por eso que no puede
siquiera hablar, la palabra, para él, es un lujo cuando se “es a-penas”, y él no es tan ruin como
para ostentar -ciertamente- se dice
para sus adentros que no hay hombre bueno cuando la bondad es otra de tantas
elecciones, manifiesta su descontento con que la gente no concibe ya el
sufrimiento, lo toman por loco, él sabe lo que esconden, sabe que ven(eran)derán
la libertad, él no es como ellos, no quiere serlo -tal vez por ello lo he
distinguido- si ha de ser víctima será verdugo de sí mismo, es tan sencillo
crear una víctima (escribe sin mucho éxito en su bitácora mágica) como inventar
pastillas que te convenzan de creer en Dios, su vieja libretilla cae a suelo de
un bar de historia antigua, se deshoja de tan vieja, apresurado la levanta, a
media flexión se topa con unas pantorrillas flacas que sigue atento cual tren
de cercanías y se topa con unos ojos, y que ojos, redonditos y garapiñados, le
convida una cerveza, no ha terminado de sudar el vaso cuando la ha besado, uno
tras otro desfilan los cristales, se han ido, han retozado, se han
oldiva(agota)do en el tiempo disforme del Tiempo sonoro y tardío que llega con la
costumbre y la debilidad del existencialista.
Se ha librado de parlante y
sanguinario daimon que lo aconseja y se ha vertido en ella con afán de
apre(h)ender un sigilo distinto con el cual transitar las marismas inciertas de
su amor empírico y casual. Ha crecido como hombre de progresista del siglo XXI
y le ha aburrido sobremanera que el paseo por ese arte termina en el hastío
inminente de mirarla y pensar “contigo todo es realidad, no hay espacio en
blanco, no hay retina”, la espera ha valido la pena, sí, tardo más de lo
esperado, pero por fin ha descubierto que la felicidad es la prisión más
insidiosa de todas y que todo amor se parece a un exhaustivo y difícil examen
gramatical donde cada apocope, cada hipérbaton y cada tónica silaba han sido
blandidas cual persa cimitarra que degüella azarosa. Igual de azaroso fue aquel
horario que se imprimió con su frio y su festejo, la malograda tertulia y la
fingida nostalgia. Descubrió que no hay pasado que dure los años, que no hay
recuerdo sin maquillar y tampoco un óleo firmado en la pared de su habitación, que
el destino es una ramera que no lubrica, que el placer arde y sobre todo que es
tan romántico como para creer en él, y es justo este mórbido placebo aquello
que lo sostiene -si tan solo supiera que es justo eso aquello que quería para
él- y firma por el toda acción de su implícito
y heraclíteo ser.
Vive mortal el parpadeo de mi gesto, que mi arruga entraña
la vida misma, la magia y la ciencia, la alquimia de la creación y el desatino
del albedrio sereno y tardío, la primitiva hechicería puesta en la carne,
bordada en este surco sinuoso en que te hayas de pie sudoroso y dudando, en mi
ojo guiñando transitas, y sin miedo recorres de la boca a la frente, nada más
significativo que ir de lo dicho a lo pensado sin arrepentimiento, hollado he sido
de tu pie y de tu pluma. Dios rotulado de hombre, Dios hombre.
Libre.