viernes, 16 de marzo de 2012

- arcada -

Me sentía lenta, con la atención fija...y lúcidamente me sorprendí de no sufrir. En esta ocasión el recuerdo quemante de intimidad ya no me desgarraba...

Él...su voz me despertó de ese sueño doloroso en el que creía que la vida se olvidaba.

Y recomenzó la vida. El tiempo en su lentitud, cicatrizaba el desgarramiento...me gustaba y admiraba el dominio que ejercía sbre mi y que me tranquilizaba profundamente. Jamás lo había amado tanto. Jamás había tenido por él mayor devoción...una devoción tan insensata que, al unirnos en la misma maldición, nos apartaba del resto del mundo. Se formó entre él y yo un nuevo eslabón: el de la decadencia y la cobardía...

Lejos de quejarme porque yo también había sucumbido, me di cuenta que mi culpa me abría las puertas a todo lo que me aterraba, pero que, como lo comprendí más tarde nos permitiría el acceso (si nos torturábamos bajo la condición de torturarnos) a la única felicidad que no resulta vana...

Fue un vicio perfecto, como una droga, pero con cruel lucidez que me dió acceso al vértigo de la posibilidad infinita...

En mi náusea me río de esta maldición...la náusea torturante nacida de mi abuso, me hizo caer en una horrible confusión en la que todas mis sensaciones desembocaron en el delirio.
Mi insensibilidad y mi torpeza moral habían prosperado y me sorprendí. Como si mis nervios ahogados en morfina ya no sintieran nada.

...tanto creí que era consecuencia mía, que no lloré (aunque el dolor sin lágrimas, quizá, es el más duro). Apenas me atrevo a decir lo que pienso: el amor que nos unió no era de este mundo. Quisiera que me torturaran...y aunque, evidentemente no tendría fuerzas para soportarlo, me gustaría reír en medio del suplicio...

jueves, 8 de marzo de 2012

Carbunclo

En este tiempo herrumbroso y apartado en que deben susurrarse las historias, y silenciadas por los gritos influyentes de la deformidad háyanse dispersas las figuras, hubieron de ser, desvanecidos, caóticos también, demandados por la era al microcosmos del devenir invariablemente estable.

Uno en el Otro. Extrañados, cual partículas reanimadas envueltas en vidrio, se miran.

Mudado el espacio, fantasmal en sus bocas, los rompe, y cada cosa, indeciblemente pequeña vive infinita un instante preciso, lejano.

Juzgue Diablo el trocado arcano que conjura el enigma de sus cuerpos en caricia, y muera presto el amor en su seno glorioso.

Que ellos, apartados en lo nuboso, en aquello inmemorialmente lapidado de piedad, en la entraña viva del estulto monolito de la humana Humanidad, se rozan, arden…se beben.

Inagotables.