13 de Junio del...
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¡Quiero ser un anciano ridículo! Un pañaludo encaprichado y
tozudo hasta el último poro. Ya que de haber vivido lo necesario –si es que
fuera el caso- podría serlo a mis casi
[…] años, me pregunto si apurar el paso o irme acostumbrando a la poco
agradable sensación de expulsar, y es que el
aberrante concepto de aceptar me revuelve la víscera. ¡Pero que pregunta es
esa señor mío! No, no es molestia el responderle, soy descendiente, y mi labor consiste
en probarme serlo y no ser otra cosa, y si la razón concluyera por prevalecer,
de igual modo me haría el desentendido, hallaría un nuevo absurdo y le haría
rabiar, y es que ésta o cualquier otra cosa absurda que me poseyese sería, sin
embargo, mi capricho, mi único y real derecho. Soberano soy, no tengo que
desear discretamente. Un asociado como usted por regla general ha de rechazar
tal precepto, no dándose tal caso, que bien podría
ser así, en lo posterior he de llamarle mendigo. Disculpe mis modales, en
presencia de una dama mi histrionismo poco ensayado podría atacar toda buena
costumbre, no insinúo, claro está, que el santiguarse y la cortes inclinación ante
la efigie de la razón habría de omitirse, toda prevención es vital, pero que
podría prevenirse en aquello que solo sabe lo que ha tenido tiempo de saber. A ustedes mis curanderas y abogados: ¡do svidaniya! su vida les augura un
Destino –sí, con de mayúscula–, rentas considerablemente cómodas y el feliz
retiro a una intelectualidad muy a la moda;
espero no volver a verles, me han hecho daño, deje que lo hicieran, probar
un poco de su agostadora faena, su literatura que solo dice lo que se puede
saber en cualquier parte, su tedio vital y las no pocas afrentas con sus ideas genéricamente
buenas hollado han mi espíritu. Hoy cobran los últimos honorarios a mi rubrica,
váyanse y que les den.
He de negarme a los títulos, no tengo vocación alguna. Masa en cocción al calor de la brutalidad que
proviene de la lección de la vida misma. Soberano, eso soy.