miércoles, 28 de agosto de 2013

L

La incomodidad de la soledad desaparece justo en el momento en que se escribe de ella, no es que sea reconfortante hallar gramaticalmente la desesperanza en los trozos biográficos de un alma dispersa o que la mimetización fantasmal de un pretérito inmediato me embriague, simplemente a modo de confesión falaz he creado. La posibilidad literaria de invención no enmarca el mundo áulico, representa el onirismo escrupuloso de una época a través de las pulsiones vitales de la desesperación segmentada de un individuo.

Esta desesperación, esta soledad incomoda, es tan desgastante la soledad cuando incluso inmerso en ella hay algo, un maldito algo que nunca te abandona, y cuando ese algo transmuta y se apropia de un nombre y éste con sus manos torpemente roza tu alma recordándote así una humana condición…

La desesperanza es un parentesco más allá de toda sangre, la epopeya misma del sinsentido pasional. Con ello recuerdo firmemente el momento en que hube de ceder al agujero negro de unos ojos bellos, húmedos como la noche, dispersos, con otras miras, profundos… y en sus marismas es que he naufragado.

El estrecho mundo que me refugia se hunde de a poco, me susurra a veces, sus palabras son ya un eco en la lejanía, no puedo comprenderle… pero hay algo que persiste, mi ingenuo deseo de volver a ver aquellos fanales iridiscentes que en su humo sombrío me han traído aquí, a saber de la soledad sus placeres y narcóticos;  pero falle, y la impotencia que ahora siento de no poder surcar la maldad en su búsqueda me fulmina, si pudiera contemplarlos una vez más los descifraría, retorcería el mecanismo de la manera correcta, agregaría el arcano y el conjuro correcto, y cuando el espíritu me preguntara que deseo, enmudecería y dejaría que me tragara en su regreso al cosmos fundamental.

Transcurren los eones y yo, que parezco ser ajeno al tiempo, recorro una y otra vez los policromos, los arenales pigmentados, los he memorizado, con todas y cada una de sus variaciones, no puedo ya extraviarme, y es acaso ello lo que desgarra, lo que me destroza. He de explorar la erebica maleza que tiene de centro.

lunes, 19 de agosto de 2013

Una pena

Ahora que se acerca es que tengo tanto miedo, tanto anhelo del verbo y ahora que me hallo en su ventana me llora el alma…, y no, mi voluntad no dimite, es esa otra cosa la que mengua, la que me impide ordenar a mis débiles piernas dejar de estremecerse, de paralizarse cuando sienten como escurre el fallido ser que me corresponde, he muerto tanto que no entiendo que es distinto esta vez, otras tantas he avanzado férreo al fracaso, a la gloria, incluso al ridículo, y muchas más, de hecho la mayoría, besado con pasión la decepción; y hoy, hoy que puedo sentir en la piel la cercanía, desalentado me marchito varado.

Sin morir, forzado a la contemplación, velo noche tras noche, el horror presenciado líneas más arriba solo es superado por el dolor inmóvil que muere dentro de mí. ¡Ese parásito!

Le odio.

Le envidio.

Ha tomado mi forma, mi cara, incluso mis arrebatos pasionales y con ellos impregna todo cuanto puede, seduce, arrebata, mata, desea, come, sufre, ama, vive. Ese otro Yo que se entrega, que experimenta a costa de mi suplicio el cadalso embriagante del mundo, es aquel al que odio.


¿Podría gozar como él, siendo yo ese Yo-aquel? 

jueves, 8 de agosto de 2013

Choque I

He perdido lo que tal vez nunca tuve, un oficio como este ha de ser transgredido por seres con una vida poco más interesante, y es que considero que estilizar cotidianidades no es otro arte que mentir. Aunque dicho sea con toda sinceridad, cada escritor vive y experimenta su falacia, la esencia no se haya en la mentira como un hecho, sino en el hecho perceptible en el que tal falacia se permite ser una experiencia consumida. La posibilidad de invención en mi esta lentamente marchitándose, la experiencia más deforme de la realidad, la invención escrita que yace en lo indudablemente corriente de la realidad, si es que se considera la vergüenza una virtud, es, justamente lo que he perdido, o está en proceso de desalojo.

El tiempo me ofrece una cueva de maravillosas decepciones y otras tantas alegrías, a su momento ha llegado a mí la idea enferma de morir, y justo ahí me detengo, pues con un simple pensamiento -un poeta frio escribió alguna vez- “¿Por qué? ¿Para qué ha muerto?” Deja de interesarme la decencia de la muerte o los paliativos necesarios, en este caso, es,  egoísta es la pregunta.


El consumo alterado del Yo representativo por parte mía se ha acercado al asco, al repugnante espectro de la humanidad reptante, y digo reptante porque ya no camina, se arrastra, me arrastro, sobre desiertos salinos de sentires y ardores escrupulosos. Ninguna época ha sido distinta, marchamos sobre huellas dilapidantes, adheridos al ámbar vital erguimos plegarias, y, morimos.