jueves, 21 de agosto de 2014

Delirio en una bocanada


Apoplejía. Si no es de ese modo no sé cómo describir mi aguda pobreza de sensación, este latir apresurado que rompiendo todo paradigma me recuerda lo que al parecer todo el tiempo espere, mi condición de hombre, tanta búsqueda fuera de la entraña, cúmulos de herrumbre sináptica, pupilas dilatadas, ojeras, autores disecados, bagatelas, y todo para encontrarme en la humedad de una piel ajena tan desnudo, tan proteico, indignado, obtuso, silencioso, acaso impasible.

Iris que se mira dilatarse, iris que miro mirarme, arco de muerte arroja láctea la vía del cosmos liberador. Y tú, redentora, arroja de la diestra tu arma fatal, muerde mi cuello, arráncame los labios y en tu sepulcral belfo resuena el eco vez tras vez resumido. ¡Que vivo, que fugaz se pierde el deseo, que voraz se atrapa el tocar! a lo mejor nos comprendemos luego, a lo mejor nos alcanza Hermes y nos enseña a tomarnos bien, a poseernos en pausa, a irritar porciones arcaicas tañendo los hilos del desenfreno hasta escupir sangre.

Aprovecha la lucidez un descuido y le quita toda la gracia de un tajo a este momento, no la maldigo, ni siquiera me atrevo a emitir un juicio, no es falta de valor o habilidad, es una falla fisiológica que se presenta, salir del trance es para mis ojos una dificultad eclipsal, la razón da marometas y mis manos tiemblan, reconozco mis piernas, mis dedos, mi reflejo en unos ojos. Agito la cabeza, golpeo mi sien, se disipa el coma.


Se ha ido, me he ido con ella. Quedan las masas que nos pertenecen, las dunas húmedas en plena erosión secular; rodeo su forma, se disuelve, me traspasa quedando en mí, alejándome con ella, varado en plana avenida. Aun puedo distinguir su ilusión, le miro incisivo hasta perderle, recorro su elemento, le quiero sin miramientos, sin discreciones la quiero, finalmente, que pudor se puede tener cuando se carece de presencia,  cuando sabemos que somos el pulso de esta urbe que ansía morirse.














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