He perdido lo que tal vez nunca tuve, un oficio como este ha
de ser transgredido por seres con una vida poco más interesante, y es que
considero que estilizar cotidianidades no es otro arte que mentir. Aunque dicho
sea con toda sinceridad, cada escritor vive y experimenta su falacia, la
esencia no se haya en la mentira como un hecho, sino en el hecho perceptible en
el que tal falacia se permite ser una experiencia consumida. La posibilidad de
invención en mi esta lentamente marchitándose, la experiencia más deforme de la
realidad, la invención escrita que yace en lo indudablemente corriente de la
realidad, si es que se considera la vergüenza una virtud, es, justamente lo que
he perdido, o está en proceso de desalojo.
El tiempo me ofrece una cueva de maravillosas decepciones y
otras tantas alegrías, a su momento ha llegado a mí la idea enferma de morir, y
justo ahí me detengo, pues con un simple pensamiento -un poeta frio escribió alguna
vez- “¿Por qué? ¿Para qué ha muerto?”
Deja de interesarme la decencia de la muerte o los paliativos necesarios, en
este caso, es, egoísta es la pregunta.
El consumo alterado del Yo representativo por parte mía se
ha acercado al asco, al repugnante espectro de la humanidad reptante, y digo
reptante porque ya no camina, se arrastra, me arrastro, sobre desiertos salinos
de sentires y ardores escrupulosos. Ninguna época ha sido distinta, marchamos
sobre huellas dilapidantes, adheridos al ámbar vital erguimos plegarias, y,
morimos.
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