Ahora que se acerca es que tengo tanto miedo, tanto anhelo
del verbo y ahora que me hallo en su ventana me llora el alma…, y no, mi
voluntad no dimite, es esa otra cosa la que mengua, la que me impide ordenar a
mis débiles piernas dejar de estremecerse, de paralizarse cuando sienten como
escurre el fallido ser que me corresponde, he muerto tanto que no entiendo que
es distinto esta vez, otras tantas he avanzado férreo al fracaso, a la gloria,
incluso al ridículo, y muchas más, de hecho la mayoría, besado con pasión la decepción;
y hoy, hoy que puedo sentir en la piel la cercanía, desalentado me marchito
varado.
Sin morir, forzado a la contemplación, velo noche tras
noche, el horror presenciado líneas más arriba solo es superado por el dolor inmóvil
que muere dentro de mí. ¡Ese parásito!
Le odio.
Le envidio.
Ha tomado mi forma, mi cara, incluso mis arrebatos
pasionales y con ellos impregna todo cuanto puede, seduce, arrebata, mata,
desea, come, sufre, ama, vive. Ese otro Yo que se entrega, que experimenta a
costa de mi suplicio el cadalso embriagante del mundo, es aquel al que odio.
¿Podría gozar como él, siendo yo ese Yo-aquel?
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