No podemos recordar aquella vez. Por más que lo intente, por más que te cuestione, la repuesta es siempre la misma.
Otro día igual de ordinario sucedió hoy.
Salí a la calle, como lo hago normalmente, con la esperanza de hallar tranquilidad mezclándome en el caos. La multitud dispersa e indiferente no notaria a un pobre diablo como yo, lleno de traumas, complejos y dudas, un ente vacio hace ya tanto tiempo que desaparece con facilidad, caminare por la calle T… Me paseare por todos los lugares de esta maldita ciudad que me recuerden aquello que deseo saber, entrare a comprar pastillas para el dolor en la botica, Pff… ¿pastillas para el dolor? Estúpido de mí, no hay cura para el dolor, sin embargo, me acerco decidido al mostrador y pido Ketorolaco de 30 miligramos con una seguridad tal que el dependiente me mira sorprendido y pregunta: ¿algo más? Que persona más ordinaria, ahí está con su vida perfecta preguntando a los demás que es lo que necesitan, gusano insignificante, cree su vida tan satisfecha que no entiende lo absurdo de su pregunta. Por fin me entrega mi droga y puedo largarme, olvidar su imagen y no volver nunca. Ya de vuelta a la calle intento tomar mis medicinas, hay algo que me lo impide, no sé que tanto mira la gente a los demás, en verdad no les importa alguien mas mientras no les sea útil, guardo en mi bolsillo derecho del abrigo la caja de pandora y camino hacia el parque. Todos parecen dichosos aquí, buscare un lugar solitario en donde sentarme y poder mitigar mi angustia con pastillas, han pasado 20 min y no he podido hallar el lugar adecuado, mejor me iré a casa.
Odio al portero, su gallardo porte inmaculado de harapos zurcidos cientos de veces, la forma en que mira a quien osa cruzar “su” puerta ¿cree acaso que está cuidando el parlamento o algo parecido? Si no se trata más que de un polvoso edificio a orillas de la ciudad, en uno de los barrios bajos que afaman esta urbe; llenos de putas, drogadictos, abortos y requeridos. Cortésmente saludo a mi tan repulsivo bedel con la mirada; como siempre el patio es un espectáculo que denigra la condición humana hasta su mínima partícula, ignorándolo todo llego hasta mi apartamento, es el numero 17, el único con una puerta decente y una ventana que tiene cristales y no bolsas de supermercado adheridas con cinta canela, que a qué se debe, pues… alguna vez tuve sueños, creía poder pasar una vida placentera y distraída como los demás, pero tenía que hallarte carajo.
Cualquier persona cabal se negaría a entrar en esta pocilga; enfermamente limpia y ordenada, es preciso llegar a la cocina y servirme un poco de agua en mi vaso predilecto. Ahora estoy sentado en el sillón viejo que mi madre me regalo cuando me mude aquí, abro nerviosamente mi cajita de maravillas y pongo en mi boca aproximadamente unas 5 pastillas, disfruto unos segundos el amargo sabor de la cordura y ayudándome de un espeso trago de agua logro el cometido. Solo queda esperar que la ricina se disperse en mi interior. Hay una horrible mancha en mi pared, justo a un lado del apagador, son tus dedos marcados en mí pared, ha de llevar ahí aproximadamente unos 14 meses, cada que la veo me causa un coraje terrible, pero pierde su importancia mientras más tiempo la observo; igual que tu se desdibuja y se vuelve una nada en el hastío.
Repuesto de las molestias reumáticas decido ir al balcón a fumar un cigarrillo, mi balcón es deprimente de hecho, da hacia el centro del edificio, no hay nada para mirar, solo las entrañas roídas del coloso pedrusco, este vicio es inocente en realidad, me asesina mas el dolor y la morfina que compro legalmente que un simple cáncer latente en mi pulmón, es más ¿qué puede importarme algo como morir? Lanzare la colilla al patio del vecino, no creo note 3 cm de filtro en el porquero que llama “su hogar”, además tengo prisa.
De nuevo en la calle, son casi las 6, si me doy prisa podre encontrarme con el viejo R… en el teatro justo como lo he hecho durante los últimos 3 meses, prefiero apegarme a una rutina de platicas frívolas y puestas en escena que intentar vivir adecuadamente, ahí está mi tan mencionado personaje, es un viejo canoso de aproximadamente 60 años, de corte desgarbado una tez morena y el canoso bigote amarillento de tanto tabaco, creo poder describirlo un poco puesto que no hay nadie más en mi vida, además de mi casera, con quien llevar una “platica normal”, la una me pide con algo de lastima el alquiler y él se siente un poco mejor sabiendo que mi vida es mas ruin que la suya, el buen hombre siembra su estabilidad en mi miseria. Al salir ni siquiera me mira ya, ha satisfecho su deseo diario de hacerle el bien a alguien, así que pongo marcha atrás y camino por la calle mirando los faroles titilantes, siempre me tranquiliza saber que las llamas terminaran por extinguirse indiferentes, he nombrado cada una de ellas, me complace ver su muerte floreciendo en un cielo solo un poco más alto que el mío.
Soy una larva que se alimenta de lo que algún día fui y se llamo hombre tantas veces… cosas tan importantes no deberían de pronunciarse. Inmerso en mis pensamientos decadentes, humanos si prefieres llamarlos así, he llegado hasta tu puerta ¡que horrible sensación! Me consume el deseo y como siempre me paraliza el tiempo, nuevamente no he hecho nada de lo que me enorgullezca.
He llegado a casa, otro día ordinario y desgastante que no me explico.
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